El Desafío de Emprender
La Inteligencia
espiritual siempre me impulsó y me impulsa a ser y a hacer lo imposible, ya que es esta misteriosa fuerza
interior que me lleva hacia lo más bello, lo más bueno y lo mejor de mí misma.
Estoy convencida de que la inteligencia espiritual
inspira a mi mente para conocer (inteligencia racional), a mi corazón para
sentir (inteligencia emocional), y a mi libertad para elegir y actuar, en un
contexto determinado (inteligencia contextual), con determinadas personas
(inteligencia relacional), conmigo (inteligencia intrapersonal) y con mi existencia misma
(inteligencia existencial).
Entonces, ¿qué es emprender sino un camino de
autoconocimiento y de expansión de mi propio paradigma en diálogo con las
diferencias? ¿Qué es emprender sino un constante desafío de caminar hacia lo
que la inteligencia espiritual me dicta, aún siendo racionalmente imposible?
¿Qué es emprender sino un aprendizaje continuo donde el conformismo debe ser
día a día superado, trascendido y movilizado? Emprender es liderar y enseñar a hacerlo, es estar al servicio de
los demás para que el protagonismo sea de todos y de cada uno, porque decir
protagonismo, es decir riqueza compartida. Es llegar entre todos a lo mejor, a
lo más bello y a lo más bueno. Es ser
humano y ser feliz.
Mi vida me ha siempre interpelado tanto en lo personal
como en lo profesional, a hacer uso de mi razón para ver con claridad la
realidad, conocer qué valores profundos me inspiraban a la acción; reconocer
qué sentía respecto a ella y tomar decisiones que me transformaban en la
protagonista de mi propia historia.
En este camino, no fue fácil transitar la libertad de
emprender. Emprender para superar las fuerzas restrictivas que me anclaban en
una comodidad de vida y de costumbres, comodidad de creencias, comodidad de
conocimientos, comodidad en relaciones, comodidad económica.
A los 18 años, fui capaz de decidir sola viajar a
Francia, donde trabajé y aprendí que para cambiar, era necesario esforzarse,
“transpirar” y “amasar” la realidad que me tocaba; para crecer y compartir, era
necesario dialogar, entender otras culturas, siempre y cuando tuviera en claro
quién era y qué valores me guiaban; que para cambiar, era necesario aspirar a
la coherencia entre lo que era y lo que mostraba ser; desafiarme constantemente
a mí y a quienes me rodeaban para dar respuesta a las realidades complejas de
la vida.
Volví de Francia definitivamente cambiada, porque
había hecho un trabajo de adaptación lento, paciente, íntimo, tensionante, con
pérdidas, pero inmensamente reconfortante y satisfactorio para mi autoestima.
Al volver a Buenos Aires, emprendí más desafíos:
estudiar, trabajar y disfrutar. Nunca
acepté los preconceptos, siempre indagué, observé, para interpretar y actuar,
sabiendo claramente que hacía lo correcto y sin perder mi esencia de ser
persona. No fue fácil volver cambiada. No fue fácil volver con un “personaje”
distinto al que era cuando partí. No fue fácil que se reconozca, porque había
incorporado otros valores de otra cultura, y desechado algunos que ya no me
servían. Pero el diálogo constante, me permitió desaprender para aprender y
transcender, reforzar mis lazos afectivos y profundizarlos.
Nuevamente, a los 26 años, volví a Francia, esta vez
para terminar mis estudios. En este punto, descubrí el coraje y la confianza en
mí misma. Me habían aceptado en la Universidad, pero sólo tenía dinero para
vivir seis meses. Aquí, otra vez mi inteligencia espiritual y emocional, me
marcaban un camino claro y completamente irracional: volar a Francia, estudiar
y buscar trabajo. A las dos semanas de llegar, ya estaba trabajando. Allí
estuve dos años, y allí aprendí a contactar con la verdad más profunda, a creer
en mis fuerzas y reconocer mis debilidades. Las debilidades, misteriosamente,
me ayudaron a transitar un trayecto desconocido para mí: el de encontrar la
fuerza en esas mismas debilidades; reconocer frente a los demás mis
debilidades, profundizaba mis fortalezas y las de los demás. Y en todo este proceso,
se trataba de encontrar esos valores y principios comunes para que la riqueza
de ambos fuera compartida y valorada. Así logré pasar dos años de mi vida fuera
de mi país, sola y enfrentada a una realidad completamente diferente (rodeada
de franceses, asiáticos y africanos).
Hoy, a los treinta y siete años, me veo en un nuevo
desafío: sufrir la pérdida de la seguridad de una empresa multinacional, para
emprender mi propio proyecto con mi socia; decidir el cambio juntas, confiar en
mí y en ella, tener coraje, sinceridad, idoneidad y transparencia; plantearme
con ella nuestras fortalezas y debilidades, ampliar nuevamente nuestras
visiones de mundo para llegar a valores y visiones compartidas, y de este modo
enriquecer nuestro trabajo y a nuestros clientes.
El desafío de emprender estuvo siempre presente en mi
vida. Y hoy, más que nunca, vuelvo a ver y sentir día tras día la realidad de
lo impredecible y la verdad de lo palpable que lo da solo la inteligencia
espiritual; es ella que me hace confiar en mí, en mi socia, en mis proveedores
y en mis clientes, en mi familia y en mis amigos; es ella que me da el coraje
de lanzarme a lo desconocido y hacerme preguntas incómodas para superar los
problemas más complejos; es ella que me permite confiar en el poder de cada uno
para ser protagonista y líder de mí mismo y de los demás.
Emprender
es mi Filosofía de Vida.
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